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jueves, 16 de abril de 2015

La muerte ya no es solo una palabra

 Cuando era niña mamá y papá nunca se enfermaban. No recuerdo ni siquiera alguna vez que tuvieran catarro, o les doliera la cabeza. Para mí eran inmunes a las enfermedades. Siempre estuvieron fuertes: para cuidarme en los días de fiebre alta o llevarme al policlínico durante mis crisis con asma. Incluso mamá solía montarme en bicicleta hasta la plaza en plena madrugada, bien abrigada para que no me diera el sereno, pero cogiera aire y respirara mejor.
  Pero aquellos días acabaron, aunque mi asma aparece de vez en cuando, con los cambios de tiempo, y ahora me preocupa a mí la salud de mis padres, mi hermana mayor.
Cuando éramos niños /los viejos tenían como treinta/ un charco era un océano/ la muerte lisa y llana/ no existía.

 Honestamente, cuando los contemplo, desearía tanto no haber crecido nunca y continuar como aquella niña de trenzas sin el miedo constante de algún día, quiera algún poder divino que demore-, verlos morir. Las pérdidas caen entonces con el paso de los años, abuelos primero, si la naturaleza obra con lógica-, y así sucesivamente los más añosos se van primero.
Luego cuando muchachos/ los viejos eran gente de cuarenta/ un estanque era un océano/ la muerte solamente/ una palabra.
Pero yo todavía soy una muchacha, porque mis padres me tuvieron viejos, y la  muerte, es más que un simple término para definir ese lugar desconocido, si existe- a donde vamos todos cuando ya no respiramos más.
Ya cuando nos casamos/ los ancianos estaban en los cincuenta/ un lago era un océano/ la muerte era la muerte/ de los otros.
A esta hora, una se encoleriza con el mundo, porque no cree justo todo el poco tiempo para disfrutar de los que quieran en sano egoísmo, pero mi rabia es porque siempre creo que tenían mucho por vivir, y dar, y querer, y decir.

Ahora veteranos/ ya le dimos alcance a la verdad/ el océano es por fin el océano/ pero la muerte empieza a ser/ la nuestra.

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