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martes, 26 de noviembre de 2013

Aquellos días en el “verde”




Por Glenda Boza Ibarra y Armando Sáez Chávez
Recuerda como si fuera ayer aquel medio día en que lo citaron. A esa hora le dolió el doble no haber podido alcanzar la universidad. Los próximos dos años no pintaban bien.
Su mamá lo acompañó a aquella pequeña oficina cerca de su casa. El oficial esperándolo era su primer acercamiento a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
 Con incertidumbre realizó su inscripción y comenzó a prepararse para una de las etapas más importantes en la vida de los hombres cubanos y algunas mujeres: el Servicio Militar Activo (SMA).

Apenas unos meses después de desandar las lomas del Escambray detrás de los bandidos contrarrevolucionarios, Antolín Pérez Molina recibió la citación. Si bien conocía de la reciente Ley no imaginó que fuera él de los primeros seleccionados para cumplirla.
«Yo me inscribí en la oficina de mi pueblo —rememora— y aquel mismo día me comunicaron que debía estar listo el 13 de abril de 1964 para partir hacia una unidad militar».
El lugar de destino resultó ser la llamada Cuarta División de Remedios. «Aquella fue una etapa dura, porque el paso de la vida civil al rigor del régimen militar constituyó un choque tremendo para nosotros. Me impactó mucho la forma en que debíamos realizar cada comida. Jamás voy a olvidar aquellas órdenes frente a la bandeja: ¡Para esta fila, sentarse, comiencen, levantarse!..., y nunca me daba tiempo de terminar».
«¿Preparación combativa? Imagine que comenzábamos con una diana los ejercicios matutinos, descalzos y en short, todavía a oscuras; y luego nos agarraban los cadetes con aquel paso doble continuo, que era más fácil cansar a un caballo que a uno de esos instructores que iban al frente nuestro».
«La experiencia más rica que yo pude adquirir en mi vida lo constituyeron aquellos tres años del otrora Servicio Militar Obligatorio, que me enseñó a comer candela, como se dice, y a prepararme para el futuro con disciplina. Cada maniobra, y fueron varias, era una nueva lección y enseñanza para forjarnos como combatientes. Y también nos curtió la participación como macheteros en las zafras del pueblo».
Atento a las anécdotas y vivencias de hace casi medio siglo narradas por Antolín, el joven David Vega Mancebo no puede sustraerse a la comparación entre su experiencia personal en el hoy SMA y la de este veterano de 70 años de edad que tiene ahora a su lado.
«Al principio pensé que el reclutamiento era una total pérdida de tiempo porque el llamado al SMA me tronchaba mi vocación musical como integrante de una agrupación. Sin embargo, muy pronto cambié de idea y manera de pensar cuando me permitieron en la 'previa' formar el grupo Sí por Cuba, junto a otros compañeros con aptitudes, y posteriormente la oportunidad de desarrollarme en esa manifestación artística».
«Como soldado de la Patria —destaca David—, estoy preparado en el manejo del fusil y otros conocimientos de la infantería, pero también adquirí entrenamiento sobre la lucha radioelectrónica, especialidad en la cual me formé como oficial de la Reserva».
Para aquel muchacho del principio la experiencia pudo haber sido traumática, pero no lo fue. Estar lejos de la casa y la novia, y con un régimen de vida totalmente distinto no fue tan malo como pensó.
Su mejor amigo no pudo acompañarlo por su enfermedad; un padecimiento que lo limitó en el camino a la adultez y la independencia.
Por eso Frank, se lo perdió. Como él no podía contar ahora aquellos meses inolvidables que le cambiaron la vida. Sí, aquellos días en el “verde”.








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