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sábado, 20 de julio de 2013

A Yeyé, porque una bala no puede terminar el infinito I ( +Audio)


Hace 33 años Haydée Santamaría decidió desaparecer, tal vez por la memoria triste del Moncada. Los ojos de su hermano Abel sumergidos en una palangana y los testículos de tu novio Boris fueron recuerdos desgarradores.
Cuentan los que la conocieron bien, que asistía callada a los actos por el 26 de julio en Santiago de Cuba y se encerraba hasta el otro día en su cuarto.
La huella del Moncada y de sus 61 compañeros caídos o torturados hasta la muerte luego, era un peso muy duro de llevar.
Algunos dicen que nunca pudo superarlo. Su hija Celia María[i] aseguraba todo lo contrario, decía que de aquel dolor, más que tristezas, sacó fuerzas para hacer la Revolución que soñó junto a su hermano en aquel apartamento del Vedado habanero.

Sin embargo, las circunstancias de su muerte, aún son un prejuicio inentendible para aquellos que no son capaces de comprender la sensibilidad, esos que en aquellos tiempos hubieran prohibido los Beatles, las minifaldas y el movimiento hippie.
Haydée no solo perdió a dos de sus amores aquel día de julio de 1953. Años más tarde, en el mismo mes maldito, perdió a su amigo Frank, baleado por la tiranía de Batista durante el Alzamiento de Santiago de Cuba, a la espera del desembarco del Yate Granma.
Luego en 1967, perdió a su compañero y amigo de la Sierra, el argentino Che, quien le prometió llevarla en sus luchas por el mundo.
Esos años le calcinaron el pecho poco a poco, como las balas que los mataron.
Mas, Haydée fue una mujer fuerte, capaz de explicarle a su madre que su hermano no había muerto en vano, capaz de hacer una revolución cultural desde su Casa de las Américas en la esquina de tercera y G.
Allí, con apenas sexto grado protegió el legado artístico de América contra todo intento de nombrarlo, antirrevolucionario.
Yeyé, como la conocieron sus compañeros de lucha, era extremadamente bella, útil y pura, como los girasoles que tanto amó.
Pero hasta el metal más duro es capaz de ablandarse y aquel 28 de julio de 1980, Haydée Santamaría Cuadrado decidió morir porque sabía que viviría para siempre, sabía que -como años antes le había escrito al Che- una bala no puede matar el infinito.




[i]  El Moncada fue apenas la punta del iceberg. No creo que nadie que la conociera con esta intensidad pudiese decidir que: “Haydée no soportó el Moncada” y no pudo sobrevivir a los ojos de Abel sumergidos dentro de una palangana. Luego de eso fue mucho más rica e hizo mucho más. La muerte de Abel, fue la muerte de su primer gran amor, del cual sacó fuerza y nunca debilidad. “Haydée del Moncada a Casa” (2009), de Celia Hart Santamaría


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