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viernes, 18 de enero de 2019

Yo soy una campeona




A la altura de estos años me han gritado perica por el contraste de los colores, ese rojo y verde que a mis ojos resaltaba tanto en el terreno. A la altura de estos años he aguantado que me griten palestina, oriental, como si en algún momento me avergonzara de mi procedencia. A la altura de estos años no pude mejorar mi nerviosismo, a pesar de que aumentara mi confianza.

Confieso que temí en todos los estadios, excepto en el Mella. En el de Camagüey, en el de Villa Clara, en el Latinoamericano, en el de Granma. A veces quise pasar desapercibida, pero nunca pude. Había algo que me descubría, quizás un halo rojiverde.
Creí que les daba mala suerte. Me inventé cábalas: si iba al estadio, si los veía en la televisión, si escuchaba la radio, perdían. Me sentí sola en las gradas, aguanté estoicamente las burlas después de una derrota; me regodeé tras la victoria.
No fue hasta el penúltimo juego que aseguré mi victoria con entera convicción. No dudaba de ellos, si no de mí misma. Soy una mujer cobarde. Lo confesé el año pasado, cuando perdimos el primer lugar. Este año me enseñaron a no serlo más.
Pero me inquietaba, me afectaba demasiado cada juego. Disimulaba con el celular o cualquier tarea en la cocina, me daba mis traguitos para relajarme, puse la foto de mi mamá frente al televisor para sentirme protegida.
En las redes sociales no pude parar. En casa mejoré mis chiflidos, grité y desperté a mis vecinos. A riesgo de todo, en definitiva yo vivo en Santa Clara, el equipo con quien Las Tunas jugó la final.
Y no pude estar para acompañarlos. Las cosas de esta vida. Los vi ganar en casa, en Las Tunas, en el sillón de mi madre, con mi hermana y mi sobrino gritando por igual. La vida, la vida... la vida quería que celebrara aquí.
Me queda la promesa de recorrer Santa Clara vestida de verde, con mi pulóver de Las Tunas, con todas las miradas sobre mí. Ya no tendré miedo. Yo soy una campeona.

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