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viernes, 12 de enero de 2018

KENIA



A veces me descubro con gestos de mi hermana Kenia: comerme la uña del dedo meñique mientras veo televisión, gestos al reírme, la cara de deseo ante algunos dulces.
Siento entonces que mi hermana me habita, incluso al respirar con dificultad en mis ataques de asma. A esas horas temidas espero sus manos golpeando suavemente mi espalda, masajeando con mentol mi pecho, o simplemente desvelada a mi lado, vigilando mi respiración, monitoreando mis sibilancias.
Este 12 de enero mi hermana hubiera cumplido 50 años. Harán ya casi 3 que murió en mis brazos, que cerré sus ojos, que despedí su duelo. Pocas veces lloro ya, aunque todavía haya dolor.
A veces me descubro con gestos de mi hermana Kenia. Me habita, vive todavía, en mí.


Yo sentí en algún momento que Dios me había abandonado, que se había olvidado de mi familia, que nos castigaba por ser buenos.
Dejé de creer que Él existía y desamparaba a mi madre y a mi hermana mayor, a ella sobretodo que le había entregado incondicionalmente y solo a Él su alma. Entonces, cuando volvía otra vez a imaginarlo por la casa, o atento cada noche a mis súplicas, Kenia murió.
Me pareció tan injusto, tan cruel, tan ilógico, tan desagradecido. Estuve días enfadada con Él, con todos. Dejé de mirar al cielo, aunque aun lo imaginaba allá, dejé de pedirle, aunque me decían que Él siempre me escuchaba. Y fue cuando recordé cuánto le amó mi hermana, cómo en su nombre y de alguna manera de su mano se levantó aquellos días cuando no podía caminar, y Biblia en mano y con Dios en el corazón sobrevivió casi dos años, cuando los médicos le pronosticaban unos meses.
Y fue cuando mami, enferma, ya sin cabello por los sueros, ya más calmada, tal vez resignada, tal vez iracunda, me consoló diciendo “tu hermana se reunió con Él, ella está feliz en un lugar mejor, no lo alejes de ti ni en los momentos más terribles”, y sentí de alguna forma su mano.
Yo creo en Dios, y voy a la iglesia de vez en vez. A pesar del dolor, la ira, la frustración de los últimos años, puedo decir con seguridad, que estoy más cerca de Dios, que lo llevo en mi corazón, como lo hizo mi hermana. Esta confesión pública es por ti y para ti, Kenia.
Cuando era niña me gustaba mucho ir al cementerio de Las Tunas. Pero desde 2015 no lo soporto más. Todavía no siento que allí esté mi hermana. Me reúso a pensar que su vida se redujo a una cajita de cemento en uno de los nichos.
Muchos me juzgan porque ni siquiera le llevo flores. Siento cargo de conciencia por el dedo acusador de los demás, pero no siento que esté siendo ingrata con mi hermana. La tengo en mi casa, en las fotos en la pared, en la ropa y zapatos que heredé de ella, en los gestos que hago, en mi propia sonrisa. La llevó siempre en mí, que es la mejor forma de recordarla.
Las últimas fotos de mi hermana Kenia sana, están borrosas. No teníamos celulares en aquellos años, mucho menos cámaras con calidad. Su imagen se “pixela” si quiero ampliar su rostro. Y quiero verla inmensa, en mi pantalla, y quizás alcance a besarla otra vez. 
Hoy 12 de enero de 2018 mi hermana Kenia cumpliría 50 años. Quisiera hacerle hoy todas las fotos que no tuvo en vida, pero más que nada, este viernes quisiera abrazarla.



Mihermana Kenia

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