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lunes, 28 de noviembre de 2016

No voy a mentir sobre Fidel



No voy a mentirles: no lloré por la muerte de Fidel, ni una sola lágrima. Supe la noticia tarde, pero no fue como si nada. No se me hizo un nudo en la garganta, ni me conmoví con alguna canción.
Los palos duros de la vida me han enseñado a no llorar ante la pérdida de un ser querido, a asumir las malas noticias con mayor fortaleza, que no significa menor sensibilidad.
No lloré la muerte de Fidel, pero se me erizó el cuerpo este sábado, muchas veces. “Sicología política”, diría mi profesora Flor. Imaginé a mi madre llorando su muerte, y a mi padre, por primera vez, sin mucho que decir.
 Sentí el silencio de la gente en las calles, aunque aparentemente la vida siguiera normal. Sobre mí, no sé. Solo siento un vacío y al mismo tiempo un orgullo enorme de haber nacido en esta Isla pobre con gente buena, que me ha dado alegrías y dolores de cabeza, y realización, y frustraciones.
Fidel es parte de todo eso, aunque mi generación esté bien lejos de aquella otra de mi hermana mayor o mis padres que le admiraban casi ciegamente.
Fidel murió, y muchas veces –tampoco voy a mentirles- me imaginé este día. No porque lo deseara, no deseo la muerte de nadie- si no porque uno muchas veces quiere saber en forma masoquista cómo sería perder a un ser amado, admirado, incluso como sería nuestra propia muerte.
Creo que el haberse alejado hace años de los escenarios públicos, ha hecho más fácil acostumbrarse a la idea de que ya no está físicamente, que no significa que haya muerto o que vaya a ser olvidado.
¿Cómo se puede olvidar a quien puso resaltó esta islita pequeña en el mapa geopolítico mundial? Y estuvo al lado nuestro, siempre.
Muchas veces dudé de algunas de sus decisiones, a la larga fallidas iniciativas, errores, imperfecciones de la gente común, porque sí, a pesar de su grandeza, él fue un hombre común.
 Me aburrieron muchos de sus discursos, -----no voy a mentirles- y hasta alguna vez me cansé de verlo siempre, pero nunca, absolutamente nunca, dejé de reconocer su amor por este pueblo, por mí misma, o dejé de admirarlo.
Porque eso sí tengo claro, me hubiera gustado tener su capacidad para memorizar datos, para leer de todo, dormir solo 4 horas al día, tener siempre una pregunta por hacer, y a todo una respuesta, incluso en forma de pregunta. 
Me hubiera gustado poder como él tener la voluntad para un tiempo regular de ejercicios a pesar de cansancio, para convencer a quienes discrepaban o incluso increparlos, para estar presente aquí y allá y en todos lados.
Igual me hubiera gustado verlo sonreír más, cantar alguna canción e incluso bailar.
A esta altura de mis casi 30, tengo la certeza de que fue un hombre que admiré, que admiraré siempre. Me gustaría parecérmele, juro intentarlo.

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