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martes, 5 de enero de 2016

No hay pastoral contra el crimen (+Video)



Mi madre hubiera querido ser alfabetizadora, pero cuando llegaron aquellos días de campaña apenas tenía 11 años y cinco hermanos para ayudar a criar. Esa fue una hazaña que le gustaría contarles a sus hijas y nieto, pero nunca sucedió.
Es por ello su insistencia siempre, en recordarme tales años de lápiz, cartilla y manual, de valientes adolescentes quienes se fueron a las montañas a enseñar e incluso, a morir haciéndolo.
Por un poema declamado por mamá en cada jornada de recordación, conocí de Conrado Benítez García. Esos versos de El Indio Naborí han sido los únicos que le he visto recitar en su vida, y cuánto siempre la emocionan.
Señor cura, simple y bueno/ era Benítez García/ ébano que sonreía/ en un resplandor sereno. Era como una vaso lleno/ de comprensión y ternura/, era la misma dulzura/ hecha muchacho jovial/. Escriba una pastoral/ contra el crimen/ Señor cura.

Cuentan que ese muchacho matancero excesivamente callado, tímido, introvertido y muy respetuoso no se rindió a los estudios a pesar de trabajar desde el segundo grado. Cursaba el bachillerato en las noches, después de agoradoras jornadas diurnas como limpiabotas o panadero.
Con el triunfo revolucionario de 1959 terminó la discriminación por negro, pobre y cubano, y apenas un año más tarde, ante el llamado de Fidel para formar el contingente de Maestros Voluntarios en la Escuela de Capacitación Pedagógica de Minas de Frío, con el fin de impartir clases en las montañas, afirmó su permanecería allí "todo el tiempo que fuera suficiente". Aunque también le interesaba la Ingeniería Eléctrica, se decidió por el magisterio, tal vez en agradecimiento a esos días luminosos del primero de enero.
Se pulió como un diamante/ en su voluntad de acero/, era de noche un obrero/ y de día un estudiante/. Le dolió el campo ignorante/, más allá de la amargura/, y aceptó la prueba dura/ de ser maestro rural/. Escriba una pastoral/ contra el crimen/ Señor cura.
Durante esos días en la Sierra Maestra conoció a Nancy Inerarity, a quien, —tímido al fin—, no confesó sus sentimientos de amor hasta después de graduarse.
En una intrincada zona montañosa de Trinidad construyó su escuela en un aserrío y para solucionar el problema de los asientos, clavó unas estacas y le puso tablas encima, porque lo más importante para él, era que todos los campesinos y los niños aprendieran.
Allí, en la finca San Ambrosio en el lomerío espirituano, con apenas 18 años enseñaba a leer y a escribir a 44 niños por el día y una cincuentena de adultos por las noches. Estuvo en los campamentos de la montaña sufriendo y venciendo todas las inclemencias de la zona y del tiempo, todas las privaciones sufridas por la mayor parte de los jóvenes alfabetizadores.
Los últimos días de 1960 volvió a casa a celebrar con la familia y su novia, con quien deseaba casarse.
Al regresar al Escambray en los inicios del año, Conrado fue alertado de la presencia de contrarrevolucionarios en la zona, pero él no quería detener su marcha. Iba entusiasmado, cargado de libros de cuentos, colores y juguetes para sus alumnos.
Era casi un niño/, era un ángel, una paloma/. Un día llevó a la loma/ sus libros y una bandera/. Centavos en la cartera/, centavos, y la figura/ de su noviecita pura/ en una espera nupcial/. Escriba una pastoral/ contra el crimen/, Señor cura.
El 5 de enero de 1961, armado únicamente con su cartilla, manual de aritmética, un libro de fisiología y los regalos para sus estudiantes, fue secuestrado junto a un miliciano y un campesino.
Fueron torturados brutalmente y luego ahorcados en un bosque, "para escarmiento de los brigadistas", según afirmaba el rótulo colgado sobre los cadáveres.
La noticia estremeció la Isla, y nunca con más orgullo los jóvenes escogieron su nombre para las brigadas alfabetizadoras de las cuales formaron parte, esas que hicieron de este, el primer territorio libre de analfabetismo de América Latina.
"Cuando mañana en un mundo en el que habrán sido barridos todos los restos de la injusticia y la opresión, y las generaciones felices del futuro lean la crónica heroica y estremecedora de los días que vivimos, no podrán comprender el bárbaro relato que recoja su historia.
"No podrán comprender que hayan existido regímenes sociales y hombres a su servicio, capaces de ahorcar niños por haber salido en el más hermoso ejército que haya conocido nunca el mundo, a combatir la ignorancia, a enseñar a leer por los campos y montañas a aquellos que los regímenes brutales de explotación necesitaban analfabetos e ignorantes para oprimir mejor", publicaría más tarde la revista Bohemia.
Con igual desdén ante los mercenarios, pero con el orgullo y confianza por la hazaña casi infantil, mamá siempre alza más la voz en los últimos versos de la Pastoral campesina de El Indio Naborí.
Escriba, escriba, que muero/ de generosa impaciencia/, hay nieve de indiferencia/ en su boca y su tintero/, porque el muerto es una obrero/ y tiene la piel escura,/ porque encendió la cultura/ en la noche colonial/. Por eso no hay pastoral/ contra el crimen/, Señor cura.

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