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jueves, 23 de julio de 2015

El cáncer, mi hermana, las ganas de vivir: su ejemplo.





El día que murió Carmen, su hija Yoani me envió un mensaje a las cuatro de la mañana. A esa hora yo iba camino al Ameijeiras con mi hermana para su quimioterapia, de eso ha pasado ya más de un año. Mi hermana ahora es quien agoniza con dolor.
Y cómo puede pedírsele a una madre, a mi madre que olvide la agonía de mi hermana y se cuide ella ahora de su enfermedad, la misma que desde hace dos años consume a Kenia.
Cómo pedirle a mi madre que no continúe postergando su salud por la de mi hermana, a esta altura ya irreversible. Suena egoísta porque por ella ya no puedo hacer nada, mas por mi madre, todavía quedan batallas por librar.

Nunca imaginé que le pediría a Dios, a todos los poderes divinos, a mis abuelos muertos, que cierren los ojos de alguien, mucho menos cuando se trata de un ser amado en demasía. Es mi propia sangre, ha sido mi segunda madre por más de 25 años, pero es aún más triste, más doloroso, más frustrante, verla así.
A veces pienso que una parte de mí ya se resignó a que es posible perderla definitivamente un día de estos. Pero es imposible negar el dolor y el sufrimiento cuando veo una de sus últimas fotos antes de llegar con cáncer de Venezuela, o recordar cómo siempre estuvo allí cuando la necesité, o pensar que aún no cumple 50 y siempre pensé que sería ella quien me ayudaría con mis hijos por venir.
No es fácil dejar ir a una hermana, y siento cómo ella se rehúsa a morir, cada día la veo en su agonía luchando por su vida, y entonces continúa dándome el ejemplo. Así, ya con pocos momentos de fluidez por la metástasis cerebral, mi hermana continúa dándome el ejemplo, aguantando los dolores en los huesos, las continuas jaquecas, y siempre, absolutamente siempre, aunque no me conozca ya, ofreciéndome un beso cuando se lo pido.


Porque mi hermana Kenia ya no me conoce. Dentro de la familia cercana es a mí a quien no reconoce, paradójicamente yo fui su niñita, pues como nunca tuvo hijos y casi cumplía 20 cuando yo nací, cargó siempre conmigo para todos lados, iba a mis reuniones de padres, me llevaba al círculo, al hospital, a mis pruebas de aptitud para periodismo....muchos creyeron que era mi madre sobre todo porque por su edad mamá podía ser mi abuela.
En estos días ya no habla. Aunque de vez en cuando dice algo, tiene algún antojo y yo me desvivo por complacerla. Pero cada noche, cada mañana, cada tarde, cada día, la veo quejarse del dolor: en las rodillas, en la espalda, en los huesos, la cabeza. A veces luego de alguna convulsión duerme tranquila por horas, y entonces me mira fijo, como quien no quiere despedirse, y no lo hace. Aún en sus momentos más agónicos, mi hermana lucha por su vida, ese es el mayor ejemplo que alguien ha podido darme.

2 comentarios:

  1. Yo no estoy triste, aunque sí adolorida. NO quiero que nadie entristezca con mis escritos sobre mi hermana y su muerte, no es mi intención. Extraño a mi hermana no puedo negarlo, pero solo quiero con estas letras recordarla, todo, hasta los detalles más duros. Quiero que las personas tal vez entiendan su solor a través del mío, y cuando les toque pasar por un momento tan duro, lo comprendan, lo sufran, lo lloren, y luego continúen. Yo exterioricé mi dolor en palabras que ahora les comparto. Hoy hace 21 días de su muerte, justo a las 11:40 am, pero sigue viva, muy viva. Yo sé que nadie duda eso.

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    1. Glenda, cuando una persona ha hecho las cosas como debia, la muerte es un escalon de la vida. Entonces siguen creciendo en mucha gente que se alimentan de sus recuerdos y que llevan en si un pedazo de ellos. Todo se construye sobre los que nos precedieron: la muerte es una vida, a veces le ganamos alguna batalla pero al final es ella quien gana la guerra, los vivos enterramos a nuestros muertos y la ruta sigue. Lo importante es trascender sobre ella, es vivir cada momento como si fuera el ultimo y darle gracias a cada dia que nos regala.

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