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lunes, 6 de octubre de 2014

Los recuerdos tristes también se heredan


 Mi madre aún conserva aquel periódico del 14 de octubre de 1976. Casi ilegible por el tiempo, y a pesar de los dobleces para hacerlo caber en la vieja caja de madera, el papel amarillo por el paso de los años todavía enseña nítidamente el titular: “Trasladados a Cuba los cadáveres rescatados. Tendidos en la base del monumento a Martí”.
 Junto a las primeras fotos de sus hijas, medallas de vanguardia nacional y hasta una de aquellas libretas de ropa por cupones de la década del 80, guarda esa edición en blanco y negro del periódico Granma.
 Hace años, cuando lo descubrí entre sus recuerdos, me dijo que ese hecho marcó su vida… Y ella no fue de aquellos padres que perdieron a sus hijos, ni de esos hijos que perdieron a sus padres.

 Pero pensó en mi hermana Kenia y sus apenas ocho años, y comprendió el desconsuelo de los familiares de los casi niños que integraban el equipo juvenil de esgrima.
 Imaginó entonces el dolor de los infantes que quedaron huérfanos, como la pequeña de Miriam Remedios de la Peña, una cienfueguera cuyo último deseo fue —seguramente— abrazar a su hija.
 Supongo que es el recuerdo de los seres queridos la única compañía cuando se acerca la muerte, el mayor estímulo cuando se trata de pilotar un avión que, destrozado por las bombas, de manera irremediable caerá al mar.
 Entiendo entonces por qué, cual si fuera una de sus más preciadas memorias, mamá no se desprende de ese diario de jueves. Todavía la estremece la conmovedora imagen de Caridad Bocalandro y Raúl Rodríguez del Rey, llorando desesperados frente al retrato de su hija María Elisa.
 Con cuidado mi madre hojea esa edición con casi 38 años. Ante la foto de Carlos Leyva Gonzálezse detiene. Lo mira e imagina el varón que siempre quiso y nunca llegó.
 ¡Y el asesino sigue vivo! —se repite mami, como un martillo que golpea a diario la justicia—, mientras tres cubanos que impidieron actos parecidos siguen presos en la misma tierra que alberga libremente al terrorista.
 Cuando el avión de Barbados cayó, ella no recuerda donde estaba, pero sí no puede olvidar cuánto la estremeció la noticia al escucharla por radio. Por ello no logra desprenderse de ese papel que ha guardado por más de tres décadas.
 Hoy ha descubierto que un buen amigo guarda la edición del día anterior. Tampoco él ha podido despegarse de ese triste recuerdo. “Voy a regalártelo, quiero que lo guardes, me ha dicho Iván”.
 Serán entonces dos periódicos que guardaré con congoja, como lo ha hecho por 38 años mi mamá. Pero esos recuerdos desgarradores también se heredan, porque tales injusticias, no se pueden olvidar.

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