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sábado, 26 de julio de 2014

Todo el mundo tiene un Moncada que asaltar


 Las primeras imágenes desgarradoras del 26 de julio de 1953 las vi en las páginas del libro Moncada, donde guardaba cuando niña mis cuquitas. Debe ser por eso que con mis muñecas de papel yo jugaba a la “clandestinidad” o combatía junto a Fidel, Abel y Melba en aquellos días de carnavales en Santiago de Cuba.
  Cuando años más tarde visité por primera vez el Cuartel Militar convertido en museo y escuela, comprendí que esas historias que protagonizaba con algún personaje ficticio en mi infancia, fueron cuentos felices comparados con la cruda realidad de aquella madrugada de domingo.
  Era imposible para mi imaginación de pocos años comprender la osadía de los jóvenes que integraron La Generación del Centenario, quienes llegaron por primera vez a Oriente, en algunos casos, para caer allí.

  Eran muchachos de varias procedencias, desde los más humildes choferes hasta estudiantes universitarios. Llegaron a Santiago por todas las vías posibles, cargados de libros, armas, sueños.
 Dicen que la noche anterior no pudieron dormir ante la ansiedad del suceso. Algunos, los menos, se acobardaron. Los otros salieron en autos cuando amanecía, cantando el Himno Nacional.
  Hacia la posta tres del Cuartel Militar, el Hospital Civil y el Palacio de Justicia se disgregaron, para garantizar la caída de disparos desde todos los flancos, pero la acción fracasó.
  La fotografía de José Luis Tassende a punto de morir y mirando fijamente a la cámara fue en aquel libro, la más impactante para mí. Aún lo es. La imagen lo mostraba herido en una pierna, contemplando sereno su destino final. Para colmo fue presentado por error como uno de los soldados batistianos que “heroicamente” había sobrevivido. Cuando pudieron rectificar solo informaron: “muerto en combate”.
  Una de las historias más conmovedoras es la del médico que arrancó de la bata blanca su nombre, porque se había convertido en combatiente y fue asesinado cobardemente por la espalda. O el muchacho de los zapatos de dos tonos, a quienes castraron pero mantuvo intacta su virilidad, sus convicciones.
  Pero no creo que haya sufrimiento parecido al de aquellas muchachas agarradas a los barrotes de la cárcel mientras escuchaban las torturas de sus amigos, hermanos y amores.
  “Hay esos momentos en que nada asusta… Ni el silencio aterrador que hay en los ojos de los que han muerto… Ese momento en que la vida, por lo mucho que importa y por lo importante que es, reta y vence a la muerte… Y en ese momento uno puede arriesgarlo todo por conservar lo que de verdad importa, que es la pasión que nos trajo al Moncada”, contaría una vez una de ellas.
  Tantas veces narrados por esos que sobrevivieron, los sucesos del 26 de julio de 1953 cumplen 61 años, casualmente ese número es la misma cantidad de los hombres que murieron, la edad de mi papá.
  En 2010, el cantautor Silvio Rodríguez, con motivo del aniversario 30 de la muerte de Haydée Santamaría Cuadrado, escribió en su página personal www.segundacita.cu: “Ella me hizo ver que la Historia, con mayúsculas, la escribían personas. Y que todo el mundo, por humilde que fuera, tenía la oportunidad de asaltar un Moncada en su vida”. 
Entonces es solo descubrir y vivir intensa y apasionadamente, el Moncada que nos toca asaltar.

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