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domingo, 30 de diciembre de 2012

Haydée Santamaría Cuadrado, entre el fuego y la luz ( video)


No se sabe a ciencia cierta en qué fecha exacta nació Haydée María Santamaría Cuadrado. Algunas publicaciones refieren que en 1922, otras en 1923, y difieren también entre el 30 y 31 de diciembre.
Lo cierto es que la propia Haydée pensaba que había sido el último día del año 1922, y aunque su partida de nacimiento mostraba otra fecha, algunas personas cercanas aseguran que cuando pudo hacer los cambios pertinentes decidió mantenerlo así, porque ese día era especial.
Su sobrina Niurka Martín Santamaría, aclararía luego que la fecha más confiable era el 30 de diciembre de 1922, a las 9 de la mañana, por una nota de su abuela Joaquina Cuadrado.

Sin embargo, no es la fecha de nacimiento de la mayor de los hermanos Santamaría Cuadrado lo más importante, sino la trayectoria de su intensa vida.
Yeyé para todos

A Haydée le tocó ser la primera de cuatro hermanos que se entregarían en cuerpo y alma a la Revolución.

En su natal Constancia creció en el seno de una familia, por cuya descendencia española y pelo rubio le llamaban “La Gallega”, sobrenombre que no soportó nunca.
Contaba su hermana Aida, que no le gustaba ni limpiar, ni lavar, ni planchar. “Era un trabajo agotador limpiar aquellos pisos de madera con un cepillo. A ella siempre le gustó más cocinar. Se encaramaba en un banquito para poder hacerlo y desde chiquitica lo hacía muy bien”.
Haydée Santamaría (I) con su primo Fito (D)
Amante de los deportes, en especial del béisbol, no dudaba por ser mujer en asumir la posición de un ferviente aficionado.

“Entonces una muchacha fanática de la pelota como yo, allí era una cosa rara (…) ¡y que me gustaba discutir en la esquina!”
Al transcurrir los años Haydée era una ferviente aficionada del equipo Habana, pues este, a diferencia de Almendares le parecía más popular, menos elitista.
Los amigos de la familia la recuerdan como una joven muy bailadora, inquieta y fiestera.

Agustina Madruga Macía, decía que era entusiasta para cualquier cosa.



 “Si alguien proponía salir a pasear a caballo ella era la primera en embullarse. Salíamos en grupo, íbamos al río, a Encrucijada a la primera tanda del cine, y luego a tomar helados o a visitar a su familia. Y si la noche era clara, con luna, regresábamos a pie hasta Constancia y muchas veces, ese trayecto lo hacíamos cantando”.
 Temerosa por las ranas, Haydée era cariñosa y comprensiva, pero muy vehemente.
Su hermano Aldo la recordaba como un temperamento fuerte, aunque dentro de eso era dulce y maternal, muy sentimental y por lo general justa. Solía enfrentarse a los problemas aunque al hacerlo se creara problemas ella misma.

De I a D Abel, Ada, Benigno, Aida, Joaquina, Haydée y Aldo
“El sobrenombre de Yeyé creo que se lo puso mi primo Fito”, contaba su hermana Aida. Desde entonces quedó así para todos incluso para sus compañeros de la clandestinidad, la Sierra e incluso amigos íntimos.

La pasión que la llevó al Moncada
Con apenas un sexto grado repetido varias veces para no desvincularse del estudio, Haydée dejó su idea inicial de ser maestra y comenzó a prepararse como enfermera, oficio que sería vital durante los sucesos del 26 de julio de 1953.

Desde joven ella compartía sus convicciones y pensamientos con su hermano Abel, con quien se fue a vivir a un apartamento a La Habana.

En la capital Haydée comenzó a relacionarse con jóvenes revolucionarios que visitaban su casa. Allí conoció a quienes los acompañarían luego en sus años de lucha y a Fidel.

Cuando Fidel llegó por primera vez a su casa, Haydée no sabía que era él. La única referencia era alguien que la iba a impresionar mucho, justo como le dijo su hermano días antes.

Aquel hombre le parecía conocido. Traía un tabaco en la mano y caminaba por toda la casa.

(…) Yo iba caminando con la vista junto con él; y el iba ¡pum!, echando cenizas y yo había acabado de limpiar y tenía aquel piso limpiecito”, recordaría Yeyé años más tarde. “fue la única persona de los que encontraba allí, que no hiciera así y le pusiera un cenicero; yo no me atreví ni a hacer eso.”

A partir de ese día aquel joven fue visita constante del apartamento. “Cuando nos encontramos a Fidel todo comenzó a hacerse posible”.

De pie con su hermano Abel
Juntos comenzaron a preparar el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, hecho en el que perdieron la vida su hermano Abel y su novio Boris Luis Santa Coloma.

En carta desde la prisión de Guanajay a sus padres, Haydée les escribiría luego: “Mamá, Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho”.

El Moncada fue apenas la punta del iceberg. No creo que nadie que la conociera con esta intensidad pudiese decidir que: “Haydée no soportó el Moncada” y no pudo sobrevivir a los ojos de Abel sumergidos dentro de una palangana. (…) La muerte de Abel, fue la muerte de su primer gran amor, del cual sacó fuerza y nunca debilidad, escribiría su hija Celia.

Al salir de la cárcel de mujeres en 1955, Haydée y su compañera de luchas Melba Hernández se incorporan a otras tareas en la clandestinidad. En Santiago de Cuba y junto a Frank País prepara el alzamiento del 30 de noviembre.

 Luego se incorpora a la Sierra Maestra y conoce a Ernesto Guevara, con quien compartió no solo los medicamentos para el asma, sino también una profunda amistad.
 La Casa de Haydée

Haydée, Julio Cortázar y Mario Benedetti
Al triunfar la Revolución en 1959, Fidel le indica dirigir la prestigiosa institución Casa de las Américas. Allí resguarda lo más valioso del arte latinoamericano y con apenas sexto grado fue la cabeza de esa familia infinita.
Ella era una artista, justo como aquel grado que Fidel le puso al Che.
Quienes fueron su compañeros en aquella casa en línea y G, del Vedado habanero la recuerdan por su carácter, mezcla de jovialidad y fortaleza.



Mi hermana era una persona alegre, y en el fondo una romántica empedernida, recuerda Aida.  Leía mucho. Disfrutaba lo que leía y a veces yo tenía la impresión de que ella se consideraba una de las protagonistas de aquella novelas”.

“Era una gran conversadora y cuando relata cualquier anécdota o pasaje cotidiano lo hacía de un modo muy peculiar. En su voz cada detalle tomaba vida”.
 “A Haydée siempre le gustaba hacer bromas, comenta Silvio Rodríguez. Recuerdo que un 31 de diciembre se disfrazó de fantasma, se cubrió con una sábana y se puso una linterna bajo la barbilla, apagó las luces y se le apareció a Noel Nicola que estaba dormido en un sofá”.
“Ella me hizo ver que la Historia, con mayúsculas, la escribían personas. Y que todo el mundo, por humilde que fuera, tenía la oportunidad de asaltar un Moncada en su vida”. 

Morir para vivir

Durante una reunión en la Casa
Cuando en julio de 1980 decidió desaparecer para siempre, Haydée sabía que no se iría del todo.

Aquella ferviente martiana que creía en la virtud de la utilidad y adoraba los girasoles, será siempre parte de su pueblo y la Revolución que había acunado desde sus inicios en aquel apartamento de 25 y O.

Como si tuviera una especie de luz, Haydée es de las personas que destacan irremediablemente más que otras.

 Así que como escribiría luego Roberto Fernández Retamar: Recordar a Haydée es contemplar el paso de un relámpago, escuchar la crepitación de bosques incendiados. Así quedó su imagen en nosotros. No la de estéril serenidad sino la del bullir quemante. Fuego y luz.

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