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lunes, 16 de julio de 2012

Pablo Arrechabaleta: Un hombre de zafra


Cuando escucha la sirena del central, Pablo sabe cómo anda la molienda. Los más de 50 años dedicados a la zafra lo han hecho un conocedor de esos asuntos. Criado desde pequeño en el ingenio, el olor y sabor de la caña forman parte de su vida.
Natural de municipio Corralillo, en Villa Clara, su familia vivía a dos kilómetros del antiguo Ingenio Ramona, hoy Quintín Banderas. Allí sintió por primera vez el aroma de la caña convertida en azúcar.
“Teníamos una finca cerca del central. Mis padres trabajaban en el campo, pero también  lo hacían en el ingenio porque era la única forma de ganarse la vida”.
“Cuando cumplí 18 años empecé a trabajar allí junto a mis hermanos. En los inicios fui peón del batey y realicé luego varias labores en el basculador, los hornos, los molinos. Hice de todo, no porque quisiera, sino porque hacía falta. Lo único que no hice fue cortar caña”.
“En esa época no era fácil. En el capitalismo había que trabajar donde te pusieran, y aprender de todo, porque si no te sustituían enseguida. En aquel tiempo el vago no tenía chance.”
Así comenzarían sus labores en varios centrales de la región central de Cuba.
“Años más tarde, dejé el Quintín Banderas y me enviaron a trabajar en otros ingenios. Estuve en el Escambray, (ahora inexistente) en la localidad de Agabama, del municipio Fomento y otro ingenio en Trinidad cuyo nombre no recuerdo, ambos en Sancti Spíritus”.
Sin embargo no fue sino en el central Elpidio Gómez, del municipio de Palmira donde transcurrió la mayor parte de su vida.
“Me mandaron a trabajar acá en 1956 y aquí me quedé. Hice también varias labores hasta que me convertí en el administrador del central, ocupación que tuve hasta que los años me permitieron y de la que también aprendí mucho”.
“Ya hasta parte de mis hijos también trabajan en este ingenio”, confiesa orgulloso.
De sus labores en los centrales cubanos, antes del Triunfo de la Revolución en 1959, Pablo recuerda los días que conoció al líder sindical azucarero Jesús Menéndez.
“Cuando conocí a Jesús Menéndez yo eran un jovencito y trabajaba todavía en el Quintín Banderas. Menéndez era una gran persona, y ¡se las sabía todas! Hablaba con todos sin importarle la procedencia o el trabajo que realizaban. Lo mismo conversaba con quien cortaba caña como con el que araba con bueyes. Era un hombre muy sincero y noble”.
A pesar de su ceguera y sus más de ocho siglos, Pablo se mantiene al corriente de la situación de la zafra azucarera cada año, tema del que aún no pierde la lucidez.
“Todavía quedan muchos ingenios que pueden incorporarse a la molienda, otros lo están haciendo bien, y algunos solo son verdaderos cacharros. Una gran zafra depende de una buena siembra y un oportuno y correcto corte de caña, y por supuesto,  del empeño que le pongan los obreros.
“El que no vive de la caña, ni tenga confianza en ella, no tendrá nunca una buena zafra”.
No hay nada de la molienda que Pablo no prefiera, es un hombre que vive para ese proceso porque le endulza la vida.
“De la zafra me gusta todo, no puedo escoger. Para mí un ingenio es una belleza que hay que conocer. Es necesario ayudar y hacer de todo para conocerlo bien. Pero desgraciadamente no todos los que trabajan en un central saben cómo funciona. Cuando conoces bien un  ingenio puedes llegar en cualquier momento y sabes dónde está la rotura.”
Aunque el paso inevitable de los años, le hizo separarse de las labores del central, Pablo asegura que su ceguera actual no le impedirá volver al ingenio Elpidio Gómez, inactivo desde hace cuatro años, cuando este comience la molienda.
  “Cuando el central vuelva a moler, hay que llevarme aunque sea en una carretilla”, asegura Pablo, quien es, definitivamente, un hombre de zafra.

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