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sábado, 12 de enero de 2019

Mi mamá está en el estadio



De las últimas veces que mamá salió de casa, cuenta una visita al Estadio.  A ella le encantaba la pelota. Con ella fui la mayor cantidad de veces a animar al equipo local: Las Tunas. Mi mamá siempre fue muy apasionada, como yo.
Entendía bien de deportes, porque le gustaba y porque por papá, que era softbolista bueno, siempre en casa hubo ese ambiente. Qué suerte la de una pareja que puede compartir la pasión por el deporte, a pesar de todos los prejuicios alrededor de la mujer.

Es que mi madre, era una gran mujer, en todo el sentido de la palabra. Ella no era de andar haciendo muchos ejercicios, apenas se iba con un par de amigas a darle vueltas a una pista, pero aquello era más una salida social que deportiva.
No obstante, los 8 kilómetros que recorría en bicicleta desde la casa al trabajo y viceversa, creo que fue suficiente fitness por 20 años.
Pero la pasión por la pelota era descomunal. Más cuando descubrió en su hija pequeña la compañía para cada juego, la cómplice de mentirillas para colarnos en el palco de alguna peña —al final por perseverancia nos guardaron 2 puestos—, la alcahueta para cada foto o pelota pedida con la firma de los equipos. De esas coleccionó 5: Guantánamo, Santiago de Cuba, Sancti Spíritus, Las Tunas, y una en blanco. Todas terminaron a manos de gente que en su mayoría le dio mejor uso. Yo tengo, en secreto, guardadas dos.
En el palco sobre el dogout del equipo visitante en el Mella vi a mi madre reír muchas veces. Ella se metía con los peloteros para desconcentrarlos, animaba a Pedroso en primera, y bautizó como sobrino a más de uno.
Por ahí está Henry, que siempre, a pesar del tiempo y la distancia, solía preguntarme siempre, entre las primeras cosas, por mi mamá.
Yo le debía este post que no son más que ideas sueltas. Se lo debía desde hace un año, cuando me pidió ir conmigo al Estadio aunque ya no pudiera caminar sin el bastón. Ella y yo solíamos ser felices en las gradas, abrazarnos ante cada victoria, consolarnos antes cada derrota, cuidarnos de coger mucha lucha y que nos subiera la presión.
Cuando dejé de ir al estadio, ella trató de seguir sola, pero nunca fue igual. Un día me confesó que más que ir al Estadio, aquella era una oportunidad para las dos. Luego vino la enfermedad de mi hermana, la suya propia, y ya nunca más.
Hasta ese día último, en la primera final de Las Tunas contra Granma, cuando yo vine corriendo de Santa Clara. Yo estaba apurada y ella me pidió acompañarme. Yo fui muy feliz y creo que aquel día ella también. Las Tunas ganó, conoció a un par de amigos de la televisión, sintió orgullo de ver a su hija entrevistada, de corroborar la periodista en que me había convertido. Pero yo no era/ soy más que una fanática como otras. Pero a los ojos de mi madre siempre era más grande mi estatura.
De su visita al estadio hay un fotograma desenfocado que incluí en un video que meses más tarde edité. Le costó aguantar los 9 inings, pero resistió. La vida de mi madre fue una gran carrera de resistencia, y sostuvo la marcha, hasta su último aliento.
Ahora nuestro equipo, al que le dábamos ánimo 12 años atrás, está a las puertas de ganar el campeonato. Algunos me dicen que mi madre, desde el cielo los observa, ayuda y protege, pero mi mamá está en el estadio. Ella los acompaña porque es una seguidora fiel, aunque a veces casi tirara la toalla. Y yo estoy en el estadio con ella, con ellos, celebrando las victorias que vendrán, el campeonato que ganarán, porque Mirtha Ibarra Torres lo merece, porque los acompaña.














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